¿Alguna vez te preguntaste por qué las marcas más memorables no solo venden «productos», sino que inspiran, se vuelven dotadoras de status, conectan y hasta transforman vidas? Yo sí, muchas veces.
Como docente, pasaba noches pensando cómo encender la «chispita» en mis alumnos, cómo guiarlos hacia su propio potencial. Hoy, como marketera y apasionada del marketing que considero auténtico, me hago preguntas parecidas: ¿cómo puedo ayudar a mis comunidades a resolver sus problemas? ¿Cómo hago que mi equipo encuentre propósito mientras construimos unas marcas con alma?
Detrás de estas reflexiones hay una base que trasciende manuales y estrategias: el legado de Abraham Maslow y su enfoque humanista en la psicología. Su teoría no es solo un tema que aprendés en Marketing 101 en la universidad; es un mapa para entender al otro, para tejer conexiones reales en un mundo saturado de contenidos. Por eso hoy decidí hacerle más honor al título de «mercadóloga» como dirían mis colegas de Centroamérica, porque estaré oficiando un poco de pensadora.
Maslow me enseñó algo que llevo grabado: las personas no somos números, ni billeteras ambulantes. Somos universos de necesidades y sueños, desde lo básico —comer, sentirnos seguros— hasta lo sublime —pertenecer, crecer, trascender—. Antes lo veía bien claro: no se trataba de llenar cabezas con datos, sino de acompañar a alguien en su camino de aprendizaje. Ahora, como marketer, lo aplico cada día.
Una marca no nace en una hoja de cálculos ni en una meeting de Zoom; nace en la cabeza y el corazón de quienes la sueñan, y su primer paso debe ser preguntarse: ¿qué necesidad profunda estamos tocando?
No vendemos soluciones solo por venderlas. Entendemos deseos, miedos, aspiraciones. Desde el día cero, una marca humanista tiene que resonar con estas capas emocionales que nos complejizan como personas.
Creatividad y empatía
Maslow no se quedó en las necesidades de la pirámide nomás. También exploró la creatividad como un puente hacia la autorrealización. Para él, innovar no era un lujo, sino una forma de ser plenamente humanos. ¿Y qué es el marketing sino eso? No se trata de gritar más fuerte o de ganar premios en festivales creativos; se trata de tocar el alma de quien nos ve.
Me viene a la mente la campaña “Real Beauty” de Dove: no están vendiendo productos, ni siquiera mostrando pieles aspiracionales, están vendiendo autoestima y amor propio. La creatividad, en este sentido, es empatía en acción, un hilo que conecta las emociones, con identidades y sus propósitos.
Hay un peso que cargamos como marketers: el estereotipo de que somos chamuyeros profesionales (perdonen por esta herida, es que me lo dijeron así tal cual 😂), más amablemente: manipuladores de deseos. ¿Pero lo somos en realidad?
Yo creo que somos un poco detectives, traductores, tejedores… Mientras otros trabajos se amparan en procesos o métricas, nosotros nos exponemos. Cuando priorizamos números vacíos sobre las personas, perdemos credibilidad. Cuando abrazamos el enfoque humanista, nos convertimos en algo más: en narradores de unas historias que importan. Como dijo Cervantes en Don Quijote, “cuando entras en el corazón de un amigo, no importa el lugar que ocupes; lo importante es que nunca salgas de ahí”. Nuestro trabajo no es vender; es ganarnos un lugar en esos corazones y quedarnos ahí, con autenticidad y propósito.
Autorrealización: marketing como un acto de servicio
Retomando a Maslow, él hablaba de la autorrealización como «la cima» para el humano, ese momento en que alcanzamos nuestro máximo potencial. En marketing, esto va en dos direcciones. Por un lado, queremos que nuestra audiencia trascienda: que un producto no solo resuelva su problema, sino que los haga sentirse plenos, únicos, parte de algo más grande, pertenecer. Por otro, nosotros, como marketers, también estamos en la búsqueda de ese sentido.
Seth Godin lo dijo perfecto en This is Marketing: “el marketing es el generoso acto de ayudar a alguien a resolver un problema”. Cuando entendemos eso, nuestro trabajo deja de ser una transacción y se vuelve un servicio. Simon Sinek, en Start with Why, nos habla también de que el propósito no es solo para los clientes; es nuestro motor como profesionales. Y si me pongo a pensarlo, en mi propio trabajo en Thera, no hago todo con el solo objetivo de «que se venda»; yo quiero que mis distribuidores crezcan, que sus clientes vivan mejor, que nuestro equipo sienta orgullo de lo que hacemos y nuestros vendedores se sientan acompañados por el material. Esto en el fondo, es la misma esencia que tenía como docente: acompañar el crecimiento del otro.
Entonces, ¿será que soy una marketera humanista? Para mí, esto sería: mirar a mi audiencia y a mi equipo con los mismos lentes que miraba el aula: ¿cómo puedo guiar a esta gente hacia sus mejores versiones mientras busco acercarme a mi propia mejor versión? Construir marcas que no solo llamen la atención, sino que generen lealtad, que no solo hablen de productos, sino de valores. Que interpelen emociones. Es preguntarme cada día: ¿mi trabajo está reflejando lo que soy? ¿Nuestras marcas dejan una huella emocional o social que valga la pena para alguien? Porque, al final, el marketing humanista no funciona si es pensado como «táctica»; es una especie de estilo de vida, o como mínimo, una línea de pensamiento.
Para meditar…
Abraham Maslow nos dejó una lección cargada de información que resuena mucho con nuestra realidad actual. Estamos en una época de mensajes vacíos, contenido generado artificialmente, personas haciendo «ayunos de redes sociales» porque se ENFERMAN en ellas. Siento que las marcas que van a sobrevivir serán las que entiendan a las personas como lo que son: universos complejos, no consumidores pasivos.
Si logramos entrar en el corazón de nuestra audiencia «y quedarnos ahí», como dijo Cervantes, creo que habremos honrado estos conocimientos de Maslow que tanto influyen en el trabajo que hacemos.
Pero la reflexión no termina acá…
Te dejo con preguntas que me persiguen y que, tal vez, también te hagan pensar:
¿Cómo podemos trabajar el marketing desde la empatía y el propósito?
¿Qué pasos podemos dar para que nuestras marcas no solo vendan, sino que enriquezcan vidas?
Yo siempre intento responderlas, como un ejercicio de fitness mercadológico ¿Vos qué pensás?
1 comentario en «Lo que le debemos los marketers a Abraham Maslow»